Día 4
Se posaban sobre las ramas secas de la linde del bosque, en el límite de la pequeña cabaña de Nara. Las tardes alargaban su mágica hora azul, borrosa y atrayente. Dulce para paladar goloso. Dejaba para ellas algo de fruta fresca, les gustaban las peras conferencia, como al abuelo del valle. Lo contaba frente a la chimenea, que conforme avanzaba marzo se encendía cada vez menos, aunque las horas frente a ella fueran las mismas, sobre y entre recuerdos, memoria y nostalgía. Siempre decía: <<Ya están aquí, vigilan que todo esté bien, avisan si ocurre algo en el bosque>>. ¿Quienes, Nara? —Pregunté—. Señalo con sus viejas manos el árbol, sobre sus ramas, a la pareja de aves. —Son los espíritus de mis abuelos, siempre juntos, siempre surcando el cielo, libres. Quizá —pensé—, aquel petirrojo que veía muchas tardes en el jardín de casa fuese mi abuelo, quizá volase feliz y libre.
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