
Hay dos maneras de propagar la luz: ser la vela o el espejo que la refleja.Edith Wharton.
No era consciente de si la ensoñación me había vencido o mis propios pensamientos me habían atraído tanto que había dejado de escucharle. Su voz solía tranquilizarme y que hablase tanto era algo bueno, apenas se enteraba si en algún momento dejaba de prestarle atención. Esta vez era distinto. Quizá había entrado en ensoñación o tal vez me había abstraído en exceso y, lo más seguro es que viéndome en ese estado, hubiese abandonado el lugar donde conversábamos. Tendría que controlar esos desvaríos y disculparme.
No había amanecido, y el frío de la noche había dejado mi cuerpo entumecido. La lluvia que acompañó la charla había dado paso a una suave nevada que depositaba sobre la palma de mi mano abierta pequeños copos efímeros. La cerré abruptamente, estremeciéndome al contacto con las frías gotas en las que se había transformado tanta suavidad. Quizá no fuese el frío exterior, tal vez fuese aquel que sentía en mi interior y del que callaba desde la última luna llena.



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