Confesiones de un diario
![]() |
Carl August Heinrich Ferdinand Oesterley (1839-1930), Lübeck in the moonlight, 1868 |
18 de octubre
de 1874
Mi mente se encuentra en una nebulosa,
compungida y abrumada por
el horror que hoy hemos vivido en la
redacción. Todavía me tiemblan las manos
pese a haber pasado horas desde que redactase la noticia que tristemente saldrá mañana a la luz. Mi jefe no escucho mis ruegos, en sus ojos sólo brillaba el metal por la
cantidad de monedas que recaudaría con la venta del diario en el día de mañana. Sé
que no está bien silenciar
un hecho así, que la verdad ha de ser conocida, pero es tan grotesco que
yo solo puedo pensar en aliviar la preocupación que recaerá sobre cada madre, sobre cada familia con
hijos pequeños.
Veo su pequeño
cuerpo inerte, sus labios sin vida y su rostro en un rictus de horror. Una pesadilla. ¿Quién puede desear la muerte de tan pequeña criatura?, ¿Qué mente
criminal
se esconde bajo el asesino del bebe?
Mi cabeza gira si tregua, debo dejar de escribir y tratar
de descansar. Mañana la redacción y
la ciudad entera de Normist serán un revuelo
de cuervos y yo he de prepararme para
las embestidas de sus oscuras
alas.
19 de octubre
de 1874
La noche pasada apenas logré descansar un par de horas y esta no parece ir en mejor camino. Martillea en mi cabeza el teclear de cada letra en la moderna Sholes1 y las constantes llamadas de teléfono de falsos testigos que aseguraban haber visto al asesino.
Las interminables horas de entrevistas con la policía para pasarles toda la información que llegaba al periódico y la espera hasta que uno de sus agentes concedía darnos algo de carnaza que poner en la primera plana de nuestro diario, del nuestro y de los miles de carroñeros que buscaban incrementar sus arcas con la noticia. Me repugna, no es esto lo que aprendí cuando me inicié en la profesión.
La policía ha examinado el lugar
del
crimen, interrogado a los padres y a los vecinos cercanos. Nadie sabe nada, nadie ha visto nada y la madre consumida, se culpa por no
estar segura de sí había cerrado o no la ventana
de la habitación del pequeño. El ser humano siempre
necesita un culpable, cuando no
existe es capaz de culparse a él mismo con tal de tranquilizar su conciencia. Yo hubiese
hecho lo mismo. ¿Habría cerrado
la madre la ventana? Si fuese así, ¿Podría reducirse el
círculo a los habitantes de la casa?.
Mañana
iré a la comisaría de Well, quizá tengan
algún dato nuevo que aporte luz a
esta oscuridad.
20 de octubre
de 1874
Mañana
se publicará la nueva noticia
que he escrito en el día de hoy sin fuerzas. Seguramente esta se conozca ya antes de que
los diarios lleguen a las manos de los
ciudadanos de Normist, en estos casos el boca a boca es tan rápido…
De vuelta a casa he visto familias montar en carruajes
que de seguro les llevan lejos de
la ciudad, he visto a otras no tan pudientes tapiar las ventanas con gruesos maderos y muchos de ellos ni siquiera saben
que el asesino de bebes se ha cobrado una nueva víctima: Una hermosa niña de 2 años, de la cual sólo retengo su dorado pelo salpicado
de sangre y su fría y azulada mano
aferrándose a su fiel osito de peluche.
Le pedí al jefe que mandase a otro a cubrir la noticia,
que prefería no ver el cadáver,
pero nuevamente y con su displicencia habitual,
se negó. Por fin he conseguido
dejar de vomitar y parece
que el agotamiento quiere vencerme en este mar de pesadillas.
La policía me
telefoneó hace unas horas, hay un
testigo fiable.
21 de octubre
de 1874
No sé si la suerte me ha sonreído
o la desdicha se apodera de mí. Perdona querido cuaderno por la inexactitud
de mis palabras y el trazo difuminado de mis letras, aún no sé cómo logro sostener la pluma entre mis manos,
será quizá que dejar de escribir y cerrar los ojos sólo pueden hundirme más
en las sombras.
Mis manos aun huelen a pólvora…
La testigo de la que me habló el intendente
Merrier resultó ser muy valiosa, tanto que la policía no quiso soltar prenda. Merrier
es distinto, somos colegas desde
nuestros inicios en la
profesión y ambos
nos intercambiamos
información, lo
que nos ha
ayudado muchas veces. Esta vez me consiguió
una cita en casa de
la testigo: la anciana señora
Fold, quien por lo visto padece de insomnio y estaba haciéndose una infusión
cuando a través de la ventana de la cocina
vio una sombra correr por el jardín del vecino.
Esperaba que me diese su descripción
y toda la información posible cuando
llegué a su casa y válgame que en mi despiste calculé mal el tiempo y me presenté
antes de hora a
nuestra cita. Tuve que llamar varias veces al timbre y no hubo respuesta, al menos no la esperada. Sin embargo, cuando di la
vuelta al edificio para ver si veía a
la señora Fold a través de la ventana de la cocina,
un hombre saltaba desde ella al jardín y echaba a correr como alma que lleva el
diablo.
Mi puntería
nunca ha sido buena, soy periodista
no policía. Fallé los 5 tiros de mi vieja
Derringer, pero logré que el hombre,
que todos creemos es el asesino de los bebes no matase a su única testigo
y logré que en su precipitada huida dejase caer una tarjeta.
Concretamente la tarjeta de una cochambrosa
pensión en el barrio de Wild River.
¿Suerte o
desdicha?
22 de octubre
de 1874
Palabras sinuosas
escritas en un trozo de cartón, escritas
con sangre.
Esta mañana me levanté con energía
renovada y llevé la tarjeta de la pensión
a la comisaría. Fue una mañana
alegre dentro de lo que cabe. La policía organizó un estratégico plan
para ir a la pensión y detener al sospechoso.
Todo el esfuerzo fue inútil,
el dueño
de aquel cuchitril nos dijo que su cliente no había
regresado desde el día anterior,
que poco sabía de él, tan sólo que solía salir por la tarde y regresaba al amanecer. Que
siempre pagaba rigurosamente,
que vestía con telas caras por lo que se podía apreciar de su levita y su
sombrero y que se hacía llamar Señor
M.
Llegue a casa hastiado
por el fracaso del plan cuando encontré el cartón que ahora tengo en mis
manos en el suelo de mi recibidor
y en cuyo centro y escrito con sangre se podía leer:
—Deja de hurgar.
Metí la nota
entre estas páginas con intención de hacérsela llegar mañana a la policía y traté de dormir. Casi lo había logrado cuando un golpe seco me despertó
de sopetón, una piedra había
roto el cristal de mi ventana
y atada a ella un cordel que sujetaba una
escueta nota que transcribo tal cual: —He cambiado de idea,
te dejaré hurgar a tu interés.
Prepara bebida para dos, tendrás
visita en la noche de mañana. Si haces una llamada de
teléfono o sales de casa para avisar a la policía eres hombre muerto.
He pasado el resto de la noche escribiendo estas líneas, incapaz de
cerrar los ojos y preguntándome si debía tratar de ponerme en contacto con la policía o dejar que el
asesino jugase conmigo. He optado por no decirles nada, si juego bien mis cartas podré
detenerlo yo mismo.
23 de octubre
de 1874
01:00 h
Trataré de
contar si mis nervios me lo permiten, lo que hablé con el Señor M, si es que
a semejante espécimen se le puede llamar señor. He de decir en primer
lugar que aunque salió de mi casa en libertad
he obtenido la información necesaria
para que la policía de con él.
Me habló de su
infancia, de la primera vez que
manchó sus manos con sangre. A la edad de 11 años, <<Cuando mis
padres no tenían suficiente con el cariño que yo les profesaba que decidieron
traer al mundo a una criatura débil, que sólo sabía comer, llorar y dormir
y que por esos miserables méritos recibía
toda la atención de mis padres,
mientras que a mí, me la habían negado
toda>>. Mi cuerpo
aún tiembla al recordar sus palabras. Me contó como tras librarlos de semejante carga todo su agradecimiento
fue internarlo y desheredarlo, hasta le quitaron el apellido familiar. Iba a heredar toda una fortuna
del imperio que su padre, uno de los hombres más influyentes en la economía de Normist gracias a sus empresas carboníferas había obtenido. De
cómo vivió los años en el internado, odiando a aquellos a quienes había hecho
un bien y de cómo juró que haría todo lo que estuviese en su mano para librar a niños como él del peso de soportar a un bebe. Y cumplió su promesa, estaba en paz consigo
mismo porque estaba cumpliendo
su promesa.
—¿Es que la sociedad no se da cuenta del bien qué hago? —. Decía mientras yo
sólo quería descargar mi Derringer directa a
su corazón, pero me contuve. Los datos de su infancia
proporcionaban la información necesaria para detenerle. Yo sólo debía esperar a que se terminara
su copa y saliese de mi hogar,
apestado ahora, para siempre.
Se ha ido de mi casa y en ella ha dejado su hedor, he abierto
las ventanas, pero el aire es incapaz de llevarse la podredumbre del alma
de ese individuo. ¿Cómo puede tener
tal convencimiento de la rectitud
de sus actos?,
¿En
qué momento uno sale del camino para tomar
otro equivocado y creer que es el adecuado? No lo sé. Su voz y su silueta de negros
ropajes permanecerán siempre en mi
conciencia. Mañana llevaré estas líneas a la policía y les contaré todo lo aquí dicho. Ese hombre no volverá a ser libre.
23 de octubre
de 1874
04:00 h
Con el hilo de fuerza que queda en mis manos escribo mi último aliento,
no sé
cómo lo hizo, no le perdí de vista ni un minuto y sin embargo,
tengo el convencimiento de que lo que
me arrastra a la muerte
es veneno. Atrapo este diario en mis manos, no importa que
no me encuentren a mí, pero sí importa la verdad escrita en estas
hojas. Leedlo y encontrad a esa bestia.
O.S.
1. Christopher Sholes fue el inventor de la primera máquina de escribir
de éxito comercial que se conocería por Sholes and Glidden.
Be First to Post Comment !
Publicar un comentario