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Confesiones de un diario

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miércoles, 1 de febrero de 2017



Confesiones de un diario



Carl August Heinrich Ferdinand Oesterley (1839-1930), Lübeck in the moonlight, 1868





18 de octubre de 1874




Mi mente se encuentra en una nebulosa, compungida y abrumada por el horror que hoy hemos vivido en la redacción. Todavía me tiemblan las manos pese a haber pasado horas desde que redactase la noticia que tristemente saldrá mañana a la luz. Mi jefe no escucho mis ruegos, en sus ojos sólo brillaba el metal por la cantidad de monedas que recaudaría con la venta del diario en el día de mañana. Sé que no está bien silenciar un hecho así, que la verdad ha de ser conocida, pero es tan grotesco que yo solo puedo pensar en aliviar la preocupación que recaerá sobre cada madre, sobre cada familia con hijos pequeños.

Veo su pequeño cuerpo inerte, sus labios sin vida y su rostro en un rictus de horror. Una pesadilla. ¿Quién puede desear la muerte de tan pequeña criatura?, ¿Qmente criminal se esconde bajo el asesino del bebe?
Mi cabeza gira si tregua, debo dejar de escribir y tratar de descansar. Mañana la redacción y la ciudad entera de Normist serán un revuelo de cuervos y yo he de prepararme para las embestidas de sus oscuras alas.



19 de octubre de 1874








La noche pasada apenas logré descansar un par de horas y esta no parece ir en mejor camino. Martillea en mi cabeza el teclear de cada letra en la moderna Sholes1 y las constantes llamadas de teléfono de falsos testigos que aseguraban haber visto al asesino.

Las interminables horas de entrevistas con la policía para pasarles toda la información que llegaba al periódico y la espera hasta que uno de sus agentes concedía darnos algo de carnaza que poner en la primera plana de nuestro diario, del nuestro y de los miles de carroñeros que buscaban incrementar sus arcas con la noticia. Me repugna, no es esto lo que aprendí cuando me inicié en la profesión.

La policía ha examinado el lugar del crimen, interrogado a los padres y a los vecinos cercanos. Nadie sabe nada, nadie ha visto nada y la madre consumida, se culpa por no estar segura de sí había cerrado o no la ventana de la habitación del pequeño. El ser humano siempre necesita un culpable, cuando no existe es capaz de culparse a él mismo con tal de tranquilizar su conciencia. Yo hubiese hecho lo mismo. ¿Habría cerrado la madre la ventana? Si fuese así, ¿Podría reducirse el círculo a los habitantes de la casa?.

Mañana iré a la comisaría de Well, quizá tengan algún dato nuevo que aporte luz a esta oscuridad.










20 de octubre de 1874



Mañana se publicará la nueva noticia que he escrito en el día de hoy sin fuerzas. Seguramente esta se conozca ya antes de que los diarios lleguen a las manos de los ciudadanos de Normist, en estos casos el boca a boca es tan rápido…

De vuelta a casa he visto familias montar en carruajes que de seguro les llevan lejos de la ciudad, he visto a otras no tan pudientes tapiar las ventanas con gruesos maderos y muchos de ellos ni siquiera saben que el asesino de bebes se ha cobrado una nueva víctima: Una hermosa niña de 2 años, de la cual sólo retengo su dorado pelo salpicado de sangre y su fría y azulada mano aferrándose a su fiel osito de peluche. Le pedí al jefe que mandase a otro a cubrir la noticia, que prefería no ver el cadáver, pero nuevamente y con su displicencia habitual, se negó. Por fin he conseguido dejar de vomitar y parece que el agotamiento quiere vencerme en este mar de pesadillas.



La policía me telefoneó hace unas horas, hay un testigo fiable.



21 de octubre de 1874



No si la suerte me ha sonreído o la desdicha se apodera de mí. Perdona querido cuaderno por la inexactitud de mis palabras y el trazo difuminado de mis letras, aún no sé cómo logro sostener la pluma entre mis manos, será quizá que dejar de escribir y cerrar los ojos sólo pueden hundirme más en las sombras.

Mis manos aun huelen a pólvora…

La testigo de la que me habló el intendente Merrier resultó ser muy valiosa, tanto que la policía no quiso soltar prenda. Merrier es distinto, somos colegas desde nuestros inicios en  la  profesión  y  ambos  nos  intercambiamos  información,  lo  que  nos  ha  ayudado muchas veces. Esta vez me consiguió una cita en casa de la testigo: la anciana señora Fold, quien por lo visto padece de insomnio y estaba haciéndose una infusión cuando a través de la ventana de la cocina vio una sombra correr por el jardín del vecino.

Esperaba que me diese su descripción y toda la información posible cuando llegué a su casa y válgame que en mi despiste calcu mal el tiempo y me presenté antes de hora a nuestra cita. Tuve que llamar varias veces al timbre y no hubo respuesta, al menos no la esperada. Sin embargo, cuando di la vuelta al edificio para ver si veía a la señora Fold a través de la ventana de la cocina, un hombre saltaba desde ella al jardín y echaba a correr como alma que lleva el diablo.


Mi puntería nunca ha sido buena, soy periodista no policía. Fallé los 5 tiros de mi vieja Derringer, pero logré que el hombre, que todos creemos es el asesino de los bebes no matase a su única testigo y logré que en su precipitada huida dejase caer una tarjeta. Concretamente la tarjeta de una cochambrosa pensión en el barrio de Wild River.

¿Suerte o desdicha?




22 de octubre de 1874



Palabras sinuosas escritas en un trozo de cartón, escritas con sangre.

Esta mañana me levanté con energía renovada y llevé la tarjeta de la pensión a la comisaría. Fue una mañana alegre dentro de lo que cabe. La policía organizó un estratégico plan para ir a la pensión y detener al sospechoso.

Todo el esfuerzo fue inútil, el dueño de aquel cuchitril nos dijo que su cliente no había regresado desde el día anterior, que poco sabía de él, tan sólo que solía salir por la tarde y regresaba al amanecer. Que siempre pagaba rigurosamente, que vestía con telas caras por lo que se podía apreciar de su levita y su sombrero y que se hacía llamar Señor M.

Llegue a casa hastiado por el fracaso del plan cuando encontré el cartón que ahora tengo en mis manos en el suelo de mi recibidor y en cuyo centro y escrito con sangre se podía leer:
Deja de hurgar.

Metí la nota entre estas páginas con intención de hacérsela llegar mañana a la policía y traté de dormir. Casi lo había logrado cuando un golpe seco me despertó de sopetón, una piedra había roto el cristal de mi ventana y atada a ella un cordel que sujetaba una escueta nota que transcribo tal cual:He cambiado de idea, te deja hurgar a tu interés. Prepara bebida para dos, tendrás visita en la noche de mañana. Si haces una llamada de teléfono o sales de casa para avisar a la policía eres hombre muerto.

He pasado el resto de la noche escribiendo estas líneas, incapaz de cerrar los ojos y preguntándome si debía tratar de ponerme en contacto con la policía o dejar que el asesino jugase conmigo. He optado por no decirles nada, si juego bien mis cartas podré detenerlo yo mismo.



23 de octubre de 1874
01:00 h



Trataré de contar si mis nervios me lo permiten, lo que hablé con el Señor M, si es que a semejante espécimen se le puede llamar señor. He de decir en primer lugar que aunque salió de mi casa en libertad he obtenido la información necesaria para que la policía de con él.


Me habló de su infancia, de la primera vez que manchó sus manos con sangre. A la edad de 11 años, <<Cuando mis padres no tenían suficiente con el cariño que yo les profesaba que decidieron traer al mundo a una criatura débil, que sólo sabía comer, llorar y dormir y que por esos miserables méritos recibía toda la atención de mis padres, mientras que a mí, me la habían negado toda>>. Mi cuerpo aún tiembla al recordar sus palabras. Me contó como tras librarlos de semejante carga todo su agradecimiento fue internarlo y desheredarlo, hasta le quitaron el apellido familiar. Iba a heredar toda una fortuna del imperio que su padre, uno de los hombres más influyentes en la economía de Normist gracias a sus empresas carboníferas había obtenido. De cómo vivió los años en el internado, odiando a aquellos a quienes había hecho un bien y de cómo juró que haría todo lo que estuviese en su mano para librar a niños como él del peso de soportar a un bebe. Y cumplió su promesa, estaba en paz consigo mismo porque estaba cumpliendo su promesa.

¿Es que la sociedad no se da cuenta del bien qué hago?. Decía mientras yo sólo quería descargar mi Derringer directa a su corazón, pero me contuve. Los datos de su infancia proporcionaban la información necesaria para detenerle. Yo sólo debía esperar a que se terminara su copa y saliese de mi hogar, apestado ahora, para siempre.

Se ha ido de mi casa y en ella ha dejado su hedor, he abierto las ventanas, pero el aire es incapaz de llevarse la podredumbre del alma de ese individuo. ¿Cómo puede tener tal convencimiento de la rectitud de sus actos?, ¿En qué momento uno sale del camino para tomar otro equivocado y creer que es el adecuado? No lo sé. Su voz y su silueta de negros ropajes permanecerán siempre en mi conciencia. Mañana llevaré estas líneas a la policía y les contaré todo lo aquí dicho. Ese hombre no volverá a ser libre.



23 de octubre de 1874
04:00 h



Con el hilo de fuerza que queda en mis manos escribo mi último aliento, no mo lo hizo, no le perdí de vista ni un minuto y sin embargo, tengo el convencimiento de que lo que me arrastra a la muerte es veneno. Atrapo este diario en mis manos, no importa que no me encuentren a mí, pero importa la verdad escrita en estas hojas. Leedlo y encontrad a esa bestia.

O.S.

1. Christopher Sholes fue el inventor de la primera máquina de escribir de éxito comercial que se conocería por Sholes and Glidden.
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